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13 abr 2013

3 poemas de Hernán La Greca*



LA MUJER MARAVILLA
a Cayetana Vidal


La ropa de gustar, la vincha, el cinturón,
los brazaletes, se los calza y sale
a repartir destellos por el país que quiso
convertirla en leyenda. Encantadora es.
Inapelable.

Nada de música o estrellas, nada
de campanas. Cuando ella pasa, el mundo
es una chica americana. Su belleza
se mide en la futilidad de un gesto:
como arma letal, un avión invisible.

Sufre por ser tan fuerte y no poder
perder un brazo, el corazón
en una balacera. Sufre
porque no ama, y es ése
el aire que le falta.

Sueño con tener un recuerdo junto a ella
por ejemplo: la experiencia de los dos
en el fotomatón. Como prueba inobjetable,
una historia de amor en cuatro cuadros
para llevar en el bolsillo
del corazón de la chaqueta.

Su mayor certeza no la obtiene
de la verdad del lazo. Lo que importa
lo sabe por lo que lleva
perdido.

No cuenta lo que haga, en la lucha
o recostada en un sillón, todo el tiempo,
parece que su traje va a ceder. No es la furia
de la carne suspendida, es el corazón
que late.

Agitada, la vedette se deja ver
después de la rutina. La boca,
el cuello, el pelo suelto. Está en todo
lo que digo, está en lo que todavía
espero.



GATÚBELA


Yo me acuerdo de los hermosos días, de su andar
y de la música del látigo, cuando el látigo tenía
mala fama. Apenas se la oía, susurraba. Y yo
veía siempre en esos labios
la forma del beso.

Yo me acuerdo del estruendo de mirarla
de rodillas sobre un hombre y suspirar
un plan, solamente con los ojos. Ante mí,
una flor salvaje en un lujoso estuche
de cuero negro.

¿De dónde salía esa mujer que al calor
del mediodía, con el héroe a punto
de quedar duplicado a dos mitades
por la dentada rueda de platino,
hacía olvidar la sierra
y los villanos?

Aunque no he vuelto a verla más
que en algún documental sobre su ex
compañero de trabajo, una mujer hubo en mi vida
que hizo las veces de ella. Con un pie en la mesa
ratona, una S/M de entre casa con pulóver
cuello ve.

No tengo nada que decir. Nada más para dar
testimonio. He contado todo: lo que vi y lo que no
viví -la belleza, la fuerza de su abrazo. Aún hoy,
cuando todo es negro, cuando un agua
espesa baja de las flores, de noche, yo
me acuerdo.


EL HOMBRE DE LA ATLÁNTIDA


Es de día y hace mucho calor. El mundo
es un tesoro escondido tras el vidrio
nublado de la antiparra. No hay buzos,
no hay corales, no hay barcos hundidos. Apenas
una flora inapreciable sobre un fondo azul
celeste. La rejilla, una boca sepulta a tres metros
de profundidad. El tronco solo, flotante,
como un árbol caído. La única corriente
es el chorro que sale de costado. Nado.

Alguien más nada en el andarivel de al lado.
Una sirena y su bikini tras una muralla china
de plástico naranja. Así es mi amor
-pensé- así sus muslos, así
la boca.

A un costado, uno sobre otro,
los trajes de baño. El sol brilla
sobre la montaña más pequeña.

Tras el objetivo, yo; ella cruzando de lado
a lado el fotograma. Ah, qué felicidad
verla aparecer por el defectuoso
visor de la descartable. Todo lo que deseaba
en un rectángulo de cuatro por tres. Entonces
la seguía desde el borde, la miraba pasar
aumentada por el líquido.
Finalmente contenía el aire y
disparaba. El cuerpo fracturado
bajo los pliegues del agua. El corazón
alto, como un spinnaker.

Ahora el andarivel es una guirnalda
inútil. Nada que desborde, nadie
a quien separar. El sol ha comenzado
su descenso. Voy, vengo. Nado
como antes. No sé si viviré
cuando salga del agua.


* Todos los poemas pertenecientes al libro: "La fuerza". Bajo la luna.

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