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14 jul 2015

Tres poemas de Silvio Mattoni*

Cleis (en El bizantino)

Dicen que soy tan bella como una flor de oro,
pero no hay una estrella sobre el perfume de mi pelo,
todo parece oscuro como este árbol quemado,
manchando mi túnica pálida. Cuando miro
la silenciosa boca de Mírsilo, acercando su cuerpo,
mis palabras se escapan, temo que me rechace,
casi nunca sonrío en su presencia,
prefiero contemplarlo, acompañarlo
con los demás asistentes al banquete.
“Cleis”, me dice siempre, “tu hermosura deslumbra”,
no pasa más allá y aunque sé que es mentira
no puedo dejar de estremecerme al escucharlo,
son vientos de la muerte corriendo tras mi espalda,
cuando suelto mi risa de desprecio
para los ojos negros de mi amado.


Maldice el día en que se detuvo (en Tres poemas dramáticos)

¿Quién puede prever lo que va a pasar?
¿Quién, saber lo que le espera? Yo tuve
la esperanza acuática de mi destreza
en el arte de pintar. Mezclaba entonces
cada tono, finísimas láminas, efectos
de luz y sombra. Pero los años
no me dieron la medida exacta
de mi trabajo. ¿Adónde están ahora
mis potencias? ¿En qué lugar se decidió
poner un límite a mis manos? ¿Tuve
algo, alguna vez? Recuerdo, amigos,
a una chica pálida y diminuta
que hablaba muy despacio. La quise,
vivimos juntos cuatro años. Al pintar,
su cuerpo era un remolino vacilante
sobre un banco de madera. Cuando se fue,
supe que yo no sería nada, apenas
un mediocre artesano, uno de miles,
preparando un futuro ajeno. ¿Adónde
se cortó ese hilo que me sostenía
del cielo? Entonces yo flotaba y ahora
me hundo en los más oscuros pozos,
en la inmovilidad, en la repetición
más anodina. Las aguas del destino,
¿pude haberlas surcado? ¿Había un barquero?
¿Qué hice mal? ¿Qué moneda olvidé,
cegado por el velo de mi juventud? Amigos,
ustedes no pueden saberlo, pero pienso:
¿habrá aún esperanza para mí?


No era y llegué a ser (en Canéforas)

No era y llegué a ser, hijo de mi madre
y del invierno adverso. Si tomara
el agua de mi memoria antes de hablar,
¿sabré acaso cuándo elegí nacer? La vi
pasear sus ojos nacidos para el sol
en la bruma de las miradas hiperbóreas
y sin ningún idioma, fuera del olvido
que la infancia sepulta en el origen, alcé
mi mano soñada, puse mi dedo
inexistente en su danza: "quiero
que seas mi madre, aprender de tu voz
mis palabras y el silencio que concibe
ya mi cuerpo, mínima llama brillando
en el presente, como el deseo que lanzo
a tus oídos tan libres. ¿Son mis estrellas
estas que alumbran el azar, la belleza
de arrebatar un principio a la nada,
o aquéllas que festejan en otro mundo
mi nuevo nacimiento? Quiero que sepas
que soy el hilo de tu destino. La pregunta
nunca encontrará su fin, pero vos
respondiste que sí con tu presencia, no
desprovista de un dejo de tristeza."
Vi entonces cómo su cuello se arqueaba,
la cabeza hacia atrás, ojos cerrados
para hacer más extensa la piel; fui
a dormir un momento en su alegría
esperando el sigilo asesino de la luz
que me dará. De un espejo a otro espejo
buscaré en vano el rostro que creí
tener antes de que este mundo se fijara.

















*Silvio Mattoni (Córdoba, Argentina, 1969). Los textos fueron extraídos de los libros: "El bizantino" (1994), Tres poemas dramáticos (1995), Canéforas (2000)



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