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La literatura nacional surge, se reproduce y expande como alegoría política. Sin embargo, esta matriz propia define un modo de construcción de la esfera literaria, no sus rasgos de escritura particulares. Solemos destacar a Walsh por sus temas y militancia más que por su imaginación y escritura.
Todo esto para decir que sí, "Un oscuro día de justicia" puede ser leído en clave política: el pueblo oprimido, fragmentado, sometido (los más de cien alumnos de un colegio de pupilos); un oscuro y sádico dictador que goza de su poder (el celador Gielty); actos oprobiosos contra el pueblo (peleas clandestinas organizadas por el celador entre un pupilo mayor y uno menor: Collins) ; el guía espiritual (una suerte de oráculo retirado del mundanal ruido que lee en las piedras de la pared iluminada por el sol el futuro del pueblo); una utopía de salvación (Malcom, el tío de Collins que, a instancias de un proceso de organización clandestina recibe una carta pidiendo ayuda y promete ir al internado a "trompear al celador Gielty hasta la muerte"); la idealización del héroe salvador (relatos, anécdotas, dibujos, banderas) que envalentona al pueblo para la rebelión; un proceso de lucha cuya deriva debe ser leída como enseñanza, de hecho Walsh lo escribe: "el pueblo aprendió".
Sí, es cierto. "Un oscuro día de justicia" puede leerse como una alegoría política. Escrito en 1967, publicado en 1973, el cuento ingresa por su simbolismo al mundo de las alegorías que tanto distinguen nuestra literatura. Y así es, mayormente, leído.
Pero es literatura, es ficción, es palabra con destino poético. Poco se dice del registro de lengua de Walsh que narra en un equilibrio perfecto cada escena con un lenguaje que superponen sin violencia la gravedad y el humor, lo cotidiano con su símbolo. Tampoco se dice mucho del tono contenido de la narración aún cuando lo que se narran son escenas de desborde, de locura, de violencia extrema: el narrador, lejos de una preceptiva realista dogmática, no opina, no juzga, se dedica con minuciosidad y poesia a narrar la electricidad que encadena cada hecho. Leemos un episodio y sentimos la vibración, la tensión de lo que realmente pasa, fluyendo como corriente entre las frases . Tampoco se habla mucho del manejo de los tiempos y velocidades narrativas: el advenimiento de los hechos, inevitables como el cauce de un río que crece, de pronto frenados por un dique que calma las aguas de la narración con una descripción, con una alusion al clima o la atmósfera general, que distienden porque la escritura se torna poético, y lleva al lectora a detenerse a mirar, a entender. Así, cuando los hechos precipitan al pueblo (y al lector) a la desesperan Walsh planta un dique narrativo y escribe: "Hay un momento, en esas tardes fines de setiembre, en que el sol entra casi horizontal por las ventanas del comedor, sale, cruza el patio y hecha sobre la pared del este una explosión anaranjada. Era ese momento en que Pata Santa Walker, armado de una lupa, estudiaba en aquellos días, y debió ser ese momento el que de golpe captó en su plenitud, su irrelevado misterio escrito en la pared, porque gritó, y al mirar a sus espaldas vio que la muchedumbre entera corría hacia las dos esquinas del patio en un movimiento que nunca fue explicado, se atropellaba en las escaleras, se clavana en las ventanas desplegando los estandartes y lanzaba una sola inmensa exclamación.
Y allí, frente a todos, junto a la tranquera, estaba Malcom".
Las aguas de la historia se han encauzado. Lo que sigue es el episodio final del relato narrado con una maestría que consiste en que lo que los lectores leen como acción del relato queda opacado por la forma en que es narrado. El lector flota apacible en al río calmo de la palabra de Walsh mientras se desanuda con crueldad, con resignación, con perplejidad, la historia: " El mundo estaba muy tranquilo, ni un pájaro cantaba ni una hoja se movía y el silencio se tornó aplastante en la hilera de altas ventanas donde los ciento treinta irlandeses se apiñaban" para ver el combate final. Y cierra Walsh el cuento (cuya historia finalizó un párrafo antes): "Entonces el celador Gielty volvió, y con la primerao sombra de la noche en los ojos, miró una sola vez la hilera de caras majestuosamente calladas y de banderas muertas, se persignó y entró rápido."
Walsh escribió, sí, una alegoría sobre la utopía de la liberación. Pero por sobre esa voluntad política hay una experiencia narrativa y de lectura. Y habría que ver si, en realidad, la utopía no es esa: que todo pueblo experimente la conmoción de los sentidos en la simple lectura de un cuento, como forma de liberación.