Se sabe: Manu Chao tiene una larga trayectoria como
músico, fortalecida en estos últimos diez años por su tarea de trovador.
Guitarra y voz, más un mensaje sostenido por la crítica social forjaron el
camino, digamos, latinoamericanista, del
artista franco –hispano. Aunque si bien es este costado el que más ha calado por
estos lares, hay que recordar que su Mano Negra, ya había incursionado en la reivindicación
de temas y ritmos tradicionales de la Europa peninsular, y en aquellos no tanto,
mixturando rumbas con punkrock.
Su visita a Comodoro fue la oportunidad para que muchos
seguidores veamos por primera vez eso que ya sabíamos por relatos de otros: la
energía en vivo, el compromiso social, la heterogeneidad de su repertorio, la
justeza de sus arreglos instrumentales, la sensibilidad y la fiesta. Lo dicho
por tantos, vivido por algunos, ahora nos tocó a nosotros.
Más de 7 mil personas asistieron a ese Predio Ferial que
no se llena nunca, aunque dicen que hace un tiempo una banda local logró la
epopeya de tocar a sala completa allí. Más de tres horas de recital para
algunos, aquellos que pudieron aguantar la intensidad de la seguidilla de
canciones sólo interrumpidas por la participación de un grupo de militantes que
se expresaron en contra de la megaminería.
Es el reggae y el ska la base sonora de la banda. Una
especie de carretera rítmica construida bajo las normas tradicionales de esos
dos estilos, sin baches ni lomos de burro, con la suficiente consistencia para soportar
los berrinches punk que transitan, unos tras otros, sin colisiones. Y es
entonces, cuando ese sostén de trova de fogón, con reminiscencias pero sin énfasis en lo folclórico, es tomado por asalto por los
raudos sonidos distorsionados que circulan en esa ruta como encloquecidos
conductores.
Mad Max de los sonidos, la banda de Manu Chao no pasea,
como una familia de turistas mirando el paisaje, sino que avanza veloz,
potente, deseando casi patológicamente el riesgo de las curvas y retomes para
empezar una nueva canción sin aún desacelerar de la anterior. En Mad Max, la
estrategia es la colisión, la metodología la persecución. En eso se parecen:
Manu Chao es un permanente “a punto de colisionar” que lleva las pulsaciones a
una velocidad de adrenalina. De hecho, es el ritmo que parece perseguir, el de
la intensidad constante: golpes con el micrófono al corazón, no para
reproducirlo sino para interpelarlo a acelerarse.
El punk, velocidad y simpleza mediante, es el producto
final. Dirán que el punk es otra cosa, más guitarra, menos despliegue escénico,
cierta despreocupación técnica, brevedad. Pero es innegable, en principio, que en la familia de la
repetición rítmica de acordes más o
menos rápidos, más o menos espaciados, conviven el reggae, el ska y el punk.
En el recital de Manu Chao, el punk estaba ahí: en la
entrega del cantante, en la violencia de la guitarra, en el intercalado y
monótono golpe de platillos y tambores. El resto de los instrumentos, el bajo y
los vientos, son el anclaje en aquellos ritmos folclóricos que ofician, precisamente, de
base.
“El viento viene, el viento se va, por la carretera” acaso
pueda ser leído como el arte poética de esta banda de forajidos que transitan,
como los de Mad Max, en caminos de infinita tristeza, por inacabados, por recorridos
y, paradójicamente, por solitarios.
Pocas bandas no catalogadas como punk, realiza el punk
como Manu Chao en un sólo track de canciones semejantes a un tren que vemos
pasar temerosos y al cual nos trepamos, durante más de tres horas, para
circular por el infinito a una velocidad de pulsaciones inéditas para el trajín
normal del ser humano.
Habrá una tradición punk en que no figurará jamás Manu
Chao, pero habrá otra tradición en que la trova viaja a altas velocidades
siempre a punto de chocar llevándose todo puesto y disputándole a la
naturaleza el ritmo cardíaco, y ahí sí encontraremos a este músico inaudito, a
este punk del altiplano.
Manu Chao, Predio Ferial Comodoro Rivadavia, Chubut, 29/2/2016.
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