Cada tanto vuelvo a Giannuzzi. Cuando necesito encausar la arritmia general de la vida, vuelvo al golpe vital de Giannuzzi. Como todo gran poeta (cosa distinta a escribidor de versos, que los hay y muy buenos) sus poemas son una secuencia rítmica perfecta, no solo por la perfección de su construcción sino porque capta en una sucesión de versos el ritmo vital del universo y sus cosas. Oír un poema de Giannuzzi debe parecerse al momento en que un astronauta, lanzado al vacío, mirando a la tierra como una arveja, oye sus propios latidos que, en ese instante, es el latido del universo, el beat que golpea en el flujo de la vida. Volver a los poemas de Giannuzzi es un viaje espacial, en todos los sentidos de la palabra espacial. Y es un viaje para reencontrarse con el tambor de la vida cuando se pierde el ritmo. No debe ser casualidad que este poeta haya escrito mucho sobre viajes a la luna y sobre astronautas, sobre vuelos y caídas: "Hombre hacia arriba", "Sepulcro general", "Mensaje del astronauta", "Perro en la luna", entre otros. Me quedo con "Viaje a la luna", una corrosiva imagen del hombre buscándose lejos de sí mismo para, al fin, encontrarse a sí mismo, imperfecto, equivocado, solo. El viaje a la luna, el viaje como búsqueda inútil, la luna como el hombre: girando sobre sí mismo. Como dice Bowie en "Space Oddity":
"Far above the moon
Planet Earth is blue
And there's nothing I can do".
Así que ahí vamos, en un viaje espacial hacia el ritmo vital de la soledad de cada uno.
Se afirma en estos tiempos que la muerte del siglo
ha de tocar la luna y que en definitiva
aquel viejo Saturno será menos ajeno
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