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28 dic 2024

Puig: narrar o cagar más alto que el culo.

 Hay un momento en Boquitas Pintadas que sintetiza el universo narrativo y, a la vez, la maestría de Puig. 

Nené, una de las protagonistas vive en Buenos Aires. Ha dejado su Vallejo mínimo para darse la gran vida en la city. Su marido es un empresario exitoso y, a pesar de cierto malestar por la parte que le toca en el matrimonio y que vendrá a estallar más adelante cuando se entere de la muerte de Juan Carlos, su gran amor, asume su rol con estoicismo y, tal vez, alegría. Codearse con las luces de la ciudad, recorrer teatros y salas de cine, es acaso la reivindicación del amor propio. Nos enteramos esto por las cartas que Nené le envía a gente que ha quedado en Vallejos. Nos enteramos el regodeo que siente al refregarle en la cara a esa chusma todo su buen pasar, su distinción: es fina y es distinta a quienes se quedaron, es distinta porque es fina no como ellos. Sus cartas son una ostentación. El tono es convincente y sutilmente revanchista. Puig es fiel al personaje: construye para ella un lenguaje por el que se filtra la grandilocuecia barata del que quiere cagar más alto que el culo, pero no corrige. Esa construcción es sublime. El modo de narrar en las cartas, las apelaciones a la interlocutora, la adjetivación afectada, la expresión de lugares comunes como grandes pensamientos, la sintaxis contenida. Un mundo perfecto. 

Pero sucede lo inesperado. Nené recibe el llamado de la Raba: la sirvienta ultrajada y miserable que ha cedido a los asquerosos placeres de la carne y ha parido el hijo bastardo de un albañil devenido policía del pueblo que niega tanto a la mujer que ultrajó como al hijo que le hizo. Todo aquello de lo que Nené bien supo cuidarse, toda esa barbarie de la que huyó abandonando a los suyos para ir en busca de una vida como Dios manda. Cuestión que la Raba la ubica en Buenos Aires y la llama varias veces para ir a visitarla. Nené se niega. El marido, la rutina de la casa y su vida de mundo le dejan poco tiempo. Raba insiste, Nené no cede. En los llamados hablan del pueblo, de la gente del pueblo, de las jugarretas de la gente del pueblo, por momentos son dos viejas chismosas hasta que Nené se recompone y vuelve a su tono afectado de mujer de mundo. Entonces repasa como al pasar su casa, sus muebles, su rutina de esposa de empresario, sus muebles refinados, otra vez. Nos da pena la Raba, sentimos que la abandona, que la desprecia. Nené insiste en negarle a Raba una charla cordial, un encuentro. La última charla telefónica es definitiva: Raba ha llamado para avisar que se vuelve a Vallejo. Nené se preocupa ¿ya te volves?, la Raba tiene todo resuelto. Nené le agradece la planta. Es que Raba fue sin avisara a visitarla y estando Nené ausente ha logrado convencer a la portera de ingresar no solo al edificio sino a la casa de Nené para plantar en una maceta el brote que traía de regalo. "Es que si no se la planta bien, no prende", se excusa la Raba que no sabe que habla de la planta pero también de Nené quien afirma que "Parece que prendió". Parece, todo es apariencia en la vida de Nené: parece que arraigó pero no, parece que progresa pero no, parece una mujer de mundo pero no, parece superar su gran desilusión pero no, y así. Parece civilizada, pero ... 

El cierre de la charla es perturbador . Nené le avisa a la Raba que irá a despedirla a la estación de tren, aprovechará para llevarle ropa usada que ya no necesita. Antes de decir eso, Nené ha repetido a la Raba, varias veces, que por favor no le cuente a nadie que vió su casa. Especialmente a quienes la conocen. La Raba entiende, acaso sin decir demasiado, que la ropa usada es un soborno desesperado de una mujer desesperada. Antes de colgar, le pide ropa nueva para su bebé que Nené acaso no pueda comprar. 

Entonces Puig deja a su personaje en la más luminosa desolación. Deja a Nené en el hueco hondo de su secreto descubierto. Porque la Raba ha visto, y el lector recién ahora también, el nudo sin desatar de la frustración. La tensa trama de una vida en apariencia firme pero que se sostiene, como ese velador pituco sobre el cajón de manzana en el cuarto de Nené, en el relato tambaleante de una mujer derrotada. La Raba ha visto, como ahora el lector desde los ojos de Nené, el lujos living vacío de lujosos muebles. El lector ha visto perturbado, conmovido, el poder creador de la palabra cuando al discurso lo mueve la desesperación. El secreto ha sido develado: la barbarie irrumpe para descubrir que la civilización no existe. La civilización es un velador con un fino tul apoyado en un cajón de manzana decorando con dignidad un cuartucho porteño. La literatura es el cuarto. Y quien nos da pena ahora es Nené.

Boquitas Pintadas es una novela magistral por muchas cosas ya dichas por muchos. Para mí lo es por esa escena en torno a la casa de Nené. Quién, sin embargo, puede juzgarla a esa mujer doblegada por el ansia de civilización. Yo imagino a Nené comprando baratijas en las oscuras calles porteñas, llegando a casa, quemando cebolla y bife para su mediocre marido. Yo la imagino a Nené refregando los platos y mascullando "que nadie se ponga en mí lugar, que nadie me mida el corazón". 






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