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5 feb 2025

"Pajaros inconfesables", Pablo Bellido.*

IG Párpados Sicarios

 I

“lo que flota qué es?”

II

La lectura gana en desorden: los poemas se dispersan y en su dispersión evidencian un orden posible, esperable acaso, y un caos de pájaros volando alocados ¿alrededor de qué? Más: esa volatilidad de flor que “se vuelve esquirla” alude a lo fragmentario y, sobre todo, a lo que no fue o no pudo ser dicho: lo inconfesable es un pájaro escurridizo. Toda estructura se derrumba: el orden de los poemas, la diagramación, las secciones xilografiadas, la gramática. Toda pretensión de jaula se vuelve pájaro, Pizarnik grita. En fin: estos poemas son un modo de leer. 

III

La mirada, el ojo, se reitera. Tras los ojos espera una de las formas de lo inconfesable. Ver es guardar lo que no se puede decir y, a la vez, hacer visible las emanaciones del mundo. Lo que huye del mundo, huye del ojo. Lo indecible del mundo vuela, se desprende, se evapora pero en el poema se materializa, se transfigura. No se trata del lugar común de tener pajaritos en la cabeza o de los patos volados. Lo no dicho, lo que no halla palabra en la palabra mundana se metamorfosea en imagen poética: el pájaro es la imagen, lo inconfesable es el poema y sus a(i)lusiones. 

IV

La construcción de imágenes opera en la expectativa de lo visible: lo que se ve no es lo que se espera. Hay un golpe de ojo que exige el poema, un trastocar el punto de vista cuyo efecto es un estar en vilo en cada verso, breve y tenso. Si lo que se ve no es lo que se espera entonces la imagen roza la paradoja, pero no como un escaneo intelectual de las contradicciones de la realidad sino como una máquina que “tiene un solo destino”: proyectar lo disperso que ya no volverá a ser uno. 

V

No la retama, sino su perfume; no la luna, sino su respiración; no el mar, sino su salobre humedad; no los árboles, sino su sombra; no el cuerpo amado, su estatua de sal; no yo, sino mi reflejo líquido en los espejos: todo lo inconfesable se materializa en emanaciones de lo real. La imagen oficia de cuerpo verbal para lo que se disgrega, vaporoso y asume el riesgo de la desaparición. Emanaciones, latidos, “sismos aéreos”, esquirlas, trozos, jirones, efluvios, brumas, estática son la huella poética de la experiencia del mundo. Esa huella inconfesable por íntima o por carente de idioma, por oculta, por diferida y marginada de la percepción común que cobra cuerpo en la traducción poética. 

VI

La escritura es el terreno de la paradoja inconfesable de la percepción, o mejor aún, la escritura es el mundo donde lo inconfesable abandona se forma paradojal y puede, al fin, existir como realidad. Un nacimiento, acaso. Hablamos de la “transfiguración de los puentes posibles”, de la conexión extrañada de la percepción y lo percibido sea esto la memoria, el sexo, el paisaje, el cuerpo, el “yo”: deseos, abandonos, despedidas, fluidos, humedales, colores, luces, aromas, sombras, tormentas, brotan del mundo. La imagen de esta poética aurática se funda en “palabras sin raíces”, desarraigadas del sentido común, desnudas de sentido, sin contenido y, a la vez, en ese desarraigo, incontenibles para poder decir lo que apenas se percibe. 

VII

Las palabras desnudas estallan el sentido, el poema estalla en imágenes: el lenguaje estalla la percepción. Los estallidos son, a su modo, emanaciones que refundan, dan vida: “destrózame en tu lienzo para que nazca”: dispersar para hacer evidente. La lectura (del poema y del mundo) nos reclama atención para percibir lo sutil en riesgo, estar atentos como ante “cosas viejas” que se desenvuelven “sin fe”. Mirar, creer, esperar lo inesperado en el desenvolvimiento del mundo. 

VIII

El amor y la memoria como huellas. La memoria se esparce en el silencio, por debajo, en el vacío. La memoria, como el poema, es la ceniza del silencio: un baldío para “ocupar/incinerar/o sembrar”. En definitiva, es la imagen de la emanación que se percibe de una ausencia, de un abandono, de un derrumbe: polvo, ecos, distancias. El amor es una convocatoria. Un llamado interrogativo al cuerpo amado en ausencia. Un cuerpo que se desbarata, una bandada que rompe su formación sobre su horizonte: “el mito de la pasión”. Ojos, piel, vientre, sangre, corazón, boca: el cuerpo disgregado al que se interroga: “qué tipo de tormenta vas a necesitar conjurar/ para reclamar/ un faro al que no puedes llegar”. Sin unidad, sin norte, esa bandada corporal ya no tiene retorno. La mujer “recortada como una bruma/se disipa”, la materia del amor se transfigura: del amor quedan, como de la retama y del mar, sus efluvios. 

IX

Bruma, vapor, estatua de sal, pájaros inconfesables: todo lo que es, es huella. El cuerpo vuela: en pájaros, en pétalos que bailan. Llama “desde ese aire” inalcanzable sin nada que lo conecte al mundo material. Una sombra “detrás del color”. Todo remite a la huella, a lo que hubo, fue o, aun siendo, fatalmente se disipa. El poema, la imagen del poema, hace resonar las disonancias de ese mundo en expansión que el ojo mundano olvida: los poemas de este libro son la lluvia que “repiquetea sobre las latas vacías/ allá en el patio”. 

X

“lo que flota qué es?”. Lo que flota es la poesía, la poesía de Pablo Bellido.

 


*Pablo Bellido nació en Comodoro Rivadavia. Fue integrante del Grupo «Nueva Poesía a la Calle». Editó el libro «Februario», publicado por Ediciones La Creciente, en 2004. Dice su biografía que «hace presentaciones de su libro en parajes donde no conocen su historia y su prontuario». Publicó, además, "Perruno inalcanzable", en Espacio Hudson. 


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